La ira forma parte de nuestras emociones, activándose cuando consideramos que alguien o algo ajeno a nosotros, tiene intención de perjudicarnos de alguna forma. Nuestra percepción facilita que se produzcan un conjunto de reacciones, éstas incluyen elementos cognitivos, fisiológicos, conductuales.
El primer elemento que activa la ira, es una valoración negativa de un hecho determinado, que puede ser independiente o formar parte de una sucesión de acciones. Esta estimación suele acompañarse de pensamientos inflexibles, rígidos, que nos llevan a una reacción desmesurada. Dicha respuesta se caracteriza por reacciones fisiológicas, como tensión en el rostro o incremento de los latidos de nuestro corazón, y conductuales como gritos o gestos exagerados. Habitualmente, esta respuesta, no sólo no soluciona la situación, sino que tiende a empeorarla hasta hacerla insalvable, generando un alejamiento en las personas que nos rodena como estrategia de protección contra nuestros “arranques”.
Pero qué caracteriza a este tipo de pensamientos, generalmente la inflexibilidad. Nos sentimos tan rígidos, que nos incapacita para defendernos de forma adecuada, optando por la opción menos productiva de todas, el grito, momento en el que perdemos la posibilidad de transmitir nuestra opinión.
Algunas personas, utilizarán el hecho de que la ira forma parte de nuestras emociones, como una excusa. Esto, no debería servirnos para dejarla salir sin ningún tipo de control y sí para aprender a reconducirla, a gestionarla y expresar adecuadamente como nos sentimos.
Ni el amor, ni la amistad, se han alimentado nunca de gritos, al contrario que el odio y el miedo.
Lorenzo Villaplana Marín
Psicólogo de la Salud y Psicólogo forense